miércoles, 25 de septiembre de 2013

Los templos de Abu Simbel

Abu Simbel. Anónimo (1884).
En 1828 Champollion ve cumplido el sueño de su vida: viajar a Egipto. No pudo pisar el suelo del país que tanto había amado desde que era un niño, hasta que tuvo treinta y ocho años. Le acompañan dibujantes y alumnos suyos. Recorre todo el país de Norte a Sur. Allá a donde va dibuja, copia y traduce. Los jeroglíficos no tienen secretos para él. Fruto de este viaje es la publicación de un grueso volumen dedicado a los Monumentos de Egipto y de Nubia.

«Aunque sólo fuera por el gran templo de Abu Simbel, valdría la pena el viaje a Nubia: es una maravilla que hasta en Tebas considerarían algo bellísimo. El trabajo que costó esta excavación desafía la imaginación. La fachada está decorada con cuatro estatuas sedentes colosales, de altura no inferior a los dieciocho metros. Las cuatro, obras de soberbia artesanía, representan a Ramsés el Grande: sus caras son retratos y guardan un parecido perfecto con las imágenes de este rey que hay en Menfis, en Tebas y en cualquier otro lugar. También lo es la entrada; el interior es totalmente digno de visitarse, pero hacerlo supone una ardua tarea. A nuestra llegada la arena y los nubios encargados de trasladarla habían bloqueado la entrada. Hicimos que la despejaran de manera que abrieran un pequeño hueco y tomamos entonces todas las precauciones que pudimos contra la arena que caía, que en Egipto, así como en Nubia, amenaza con sepultarlo todo. Yo iba casi completamente desnudo; sólo llevaba mi camisa árabe y los calzones de algodón, y avancé reptando sobre el estómago hacia el pequeño umbral de una puerta, que, de haber estado despejada, habría medido por lo menos siete metros y medio de alto. Pensé que avanzaba hacia la boca de un horno y, deslizándome hacia el interior del templo, me encontré en una atmósfera a 52º de temperatura... Tras pasarme dos horas y media admirándolo todo y haber visto todos los relieves, se impuso la necesidad de respirar un poco de aire puro y me fue necesario volver a la entrada del horno..»
Champollion, 1828.