Egipto y Arabia pétrea. Grabado por J.B.
Allen
a partir del original de J. Marchant.
Publicado por J&F Talls (1851).
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Raros son los viajeros que al pensar en Egipto (o, sobre todo, al soñar con él, porque Egipto es eso, un sueño, el más antiguo de la historia del hombre) no identifican automáticamente el país y su majestuosa cultura con el río que lo recorre. Pero hay, sin embargo, otro Egipto que no es un don del padre Nilo, como lo definió Heródoto con acertada metáfora convertida después en lugar común, sino un hijo de la madre Sáhara.
Lo de madre y padre respectivamente aplicado al más extenso de los desiertos y al curso fluvial más largo y más culto de la geografía no es figura de dicción ni licencia poética, sino taxonomía rigurosa. Los ríos forman parte del yang: son fálicos y fecundadores. Los desiertos, en cambio, pertenecen al hemisferio del yin: son receptivos y, en contacto con el agua, extraordinariamente fértiles, sus vaginas siempre húmedas y hospitalarias se abren en los oasis y todo en ellos dunas, alcores, planicie, tibieza, espejismos, vientos preñados de arena tostada tiene forma y fondo de regazo de mujer.
Fernando Sánchez Dragó.